ROMANTICISMO ITALIANO

 


El periodo romántico en la península itálica fue una etapa de fervor patriótico y revolucionario. En aquellos años se estaba iniciando la unificación del país y todos los intelectuales anhelaban contribuir a ella aportando su pluma –algunos incluso su espada-. Por ello, el arte de esa época trataba, invariablemente, de exaltar los ánimos contra el invasor austriaco con objeto de sublevar al pueblo. Un poeta que –dentro de lo posible- se mantuviera encastillado en su intimidad tenía que ser una rareza, es esto justamente lo que ocurriría con Giacomo Leopardi.

En pocos países - dirá Van Thiegem- será tan marcado el movimiento romántico, tan conciente de sus objetivos y de sus medios de acción ni se formuló la antítesis clásico-romántica  tan explícitamente como en Italia. 

Italia contó con grandes precursores del Romanticismo: el filósofo napolitano Giambattista Vico (1668-1744) que en su obra “Scienza nuova” intuyó el carácter fantástico y sentimental de la poesía. Otro de los precursores será el literato y crítico Giuseppe Baretti (1719-1789). El literato Melchiorre Cesarotti quien dejó una traducción en endecasílabos del “Canti di Ossian”. 

Al igual que en Francia tuvo un primer momento de enfrentamientos que irá desde 1816 a 1820 (aproximadamente), fue este primer período de discusiones y manifiestos. 

El manifiesto romántico reconocido en Italia es “Lettera semiseria di Grisostomo al suo figliuolo” del milanes Giovanni Berchet aparecida en 1816. Berchet fue literato, poeta, y sus versos son apasionados, interpretó el sentimiento patriótico italiano del momento lo que lo llevó al exilio con tan solo 27 años. Una de las cosas que exasperaría a los neoclásicos y a sus detractores en general fue que el autor predica la apertura a las formas literarias extranjeras, modernas, para salir de la decadencia en la cual se habían sumido las letras italianas. Esta carta dio origen al conflicto entre neoclásicos y románticos fundamentalmente en Milán. Es en esta ciudad donde se dará el fermento cultural para este enfrentamiento. En 1818 Luigi Porro Lambertenghi inicia la publicación de “Il Conciliatore”, revista con caracteres que seguían la línea de la Lettera de Berchet y los consejos de Madame Staël. Se le llamó a esta revista también “foglio azzurro” y se contraponía con la publicación del periódico “Biblioteca italiana” existente desde 1816 subsidiado por Austria  y defensor del clasicismo. “Il conciliatore”  no solo predicó el romanticismo estético sino el político, es decir las ideas liberales y constituyó la voz inspirada del rescate patriótico. Por esta razón fueron perseguidos y sufrieron fuerte censura, siendo obligados al cierre de la misma cuando tenían solo un año de publicación. 

Roma y Florencia se mantuvieron más fuertes en su postura neoclásica mientras que Milán, y luego Nápoles fueron de mayor apertura para el romanticismo; fundamentalmente la primera donde el auge fue temeroso. De allí que se le dé el nombre de escuela milanesa a la escuela romántica en Italia. 

Sus mayores representantes nacieron entre 1872 y 1815. Entre ellos contamos con: Giovanni Berchet, el marqués Ermes Visconti y Silvio Pellico. Aunque el líder indiscutido de este movimiento será Manzini. Se reunían en el palco del abate Breme en la Scala en casa del conde Porro Lambertenghi. 

Las transformaciones políticas, las esperanzas frustradas por lograr la independencia, el yugo austriaco que gravitaba más pesadamente que nunca y el apasionado anhelo del risorgimento, de la resurrección de una Italia unificada y libre de sus dominadores extranjeros, dieron al movimiento romántico italiano un carácter práctico, moral y patriótico que lo diferencia del de Francia, Inglaterra y los países escandinavos y lo asemeja al polaco o yugoslavo. 

Se identificó con la vocación de libertad patriótica. Se dio al rescate de la nacionalidad. Tuvo un fuerte anhelo religioso y priorizó el cristianismo de la época medieval. Con fuerte subjetivismo miró hacia la naturaleza y la propia interioridad. Se abandonaron al sueño, al sentimiento y afectación amorosa. Tuvieron ansias por alcanzar el ideal casi imposible, de allí la continua melancolía por las cosas perdidas y pasadas. Los exasperaba el sentimiento de la muerte, tuvieron una visión pesimista de la vida y transfirieron el dolor propio al plano cósmico (a la naturaleza). Prácticamente no reciben influencias extranjeras. Los cantos y relatos populares, las leyendas heroicas y todos aquellos elementos del romanticismo ingenuo y popular no fueron tenidos en cuenta por los románticos italianos. 

El esfuerzo de los innovadores se debió a campos bastante distintos: la poesía lírica y sobre todo la narrativa, el teatro serio, tragedia o drama. 

Entendieron que las obras alejadas del espíritu clásico no tenían porqué ser aborrecibles, por el contrario podían ser bellas y excitar admiración. Se buscaba sustituir en la estética literaria el punto de vista absoluto por el de vista relativo. La originalidad debía imponerse ante todo. La poesía debía ser nacional y moderna, del país y de la época y tanto por sus temas como por su lenguaje. Debía ser católica como la nación.  Berchet y sobre todo Manzini insisten en que la poesía en general debía ser moral y educativa y expresar auténticos sentimientos del hombre, sus intereses y sus necesidades espirituales, sus alegrías y sus sufrimientos. Esta aspiración a una literatura de la verdad, después de siglos de convencionalismo y artificio, fue el rasgo más original y más hondo del romanticismo italiano. 


EL LUGAR DE LEOPARDI EN EL ROMANTICISMO ITALIANO


Dos temas conciernen al estudio de este autor dentro del Romanticismo: la importancia del Romanticismo para la formación de Leopardi y la ubicación del autor en el panorama del Romanticismo europeo. 

El primer aspecto es de extrema sencillez. Leopardi tenía pocos contactos con la literatura extranjera y aún nacional, estrictamente contemporánea. De formación clásica y erudita, no simpatizó con los románticos. Es cierto que leyó apasionadamente “Corina” de Mme de Stael y que esta es, con su libro “L`Allemagne” la primera propulsora del romanticismo en Francia, y por repercusión, en Italia también donde suscitó con su artículo sobre las traducciones en la revista “La Biblioteca italiana” las primeras discusiones acerca de los principios de la nueva escuela. Pero “Corine” publicada en 1807, es bastante anterior al libro antes citado publicada en 1813 y al artículo de la Biblioteca italiana, y está impregnada por el espíritu de la generación anterior, es más prerromántica que típicamente romántica y por eso encuadra perfectamente en los intereses culturales de Leopardi en aquel año 1820 en que la lee y a menudo la cita en algunos de sus poemas

En esos momento, Leopardi ya había leído con la emoción no literaria, sino vital el “Werther” de Goethe   una de las obra prerrománticas de mayor influjo en el romanticismo propiamente dicho y es esa sensibilidad  del autor alemán la que lo acerca a los románticos.  Y también  leyó a Byron  sobre todo en sus obras juveniles como el “Corsario y Giaurro”. Podemos decir que Leopardi está situado en una atmósfera más prerromántica que romántica propiamente dicha, y es ahí donde se centran las relaciones positivas del autor con la corriente europea renovadora de la cultura y de la literatura en las primeras tres décadas del siglo XIX.

Por estas lecturas y la emoción puesta en sus poemas, el lugar otorgado a la naturaleza, el pesimismo, la nostalgia del pasado, la melancolía constante, la visión del amor como imposibilidad, es que algunos críticos o bien consideran a Leopardi un romántico, o bien un prerromántico, para dejar marcada la negación de este poeta a pertenecer a este movimientos. Así se explica cómo las relaciones de Leopardi con la corriente romántica fueron de hostilidad teórica, pero de afinidad creciente en su cada vez menos retórica, cada vez más desnuda y esencial creación poética. Pero esta afinidad es el fruto de una coincidencia o a lo sumo de una confluencia y no de una profunda comunión espiritual. 

La actitud ante la vida de Leopardi es la base de su pesimismo, que alienta en las obras en prosa e impregna sus obras poéticas. Incapaz de hallar nada que le satisfaga completamente, surge el tedio (la naia, como él decía), un vacío interior que no puede colmarse por el deseo de felicidad. Y si ésta es imposible, no sólo para el hombre, sino para todos los seres de la creación, la vida es dolor, y no vivir es mejor que vivir y lo que somos es nada en relación a todo lo que no somos.


VIDA Y PERSONALIDAD DE LEOPARDI


El conde Giacomo Taldegardo Francesco di Sales Saverio Pietro Leopardi (Recanati, 29 de junio de 1798Nápoles, 14 de junio de 1837) fue un poeta, filósofo, filólogo, erudito italiano del Romanticismo

Fue hijo de unos padres casi completamente opuestos: su madre, Adelaide, descendiente de los marqueses Antici, de luengo linaje, era conocida por su fanático catolicismo y su patológica cicatería (se alegró por la muerte de un hijo recién nacido en vista del ahorro que suponía). Por el contrario, su padre, el conde Monaldo, cuya ejecutoria de nobleza se remontaba al año 1200 y era una de las más vetustas de Italia, de ideología reaccionaria, era un erudito local que dilapidó la fortuna familiar y llegó a acumular una formidable biblioteca.

Giacomo nació con una enfermedad ósea y consumió su infancia estudiando y leyendo con inagotable curiosidad. A los once años lee a Homero, a los trece escribe su primera tragedia; a los catorce la segunda: Pompeyo en Egipto; a los quince un ensayo sobre Porfirio. A esa edad conocía ya siete lenguas y había estudiado casi de todo: lenguas clásicas, hebreo, lenguas modernas, historia, filosofía, filología, ciencias naturales y astronomía. Los maestros que habrían debido prepararle para el sacerdocio debieron admitir que no tenían mucho que enseñarle. Tanto estudio repercutió en su salud: Leopardi fue durante toda su vida un hombre enfermizo. Escribió un tratado de astronomía y un poema en griego antiguo que podría engañar a un experto. 

La señora Adelaida tenía un férreo carácter, una total carencia de ternura; una ambición única: restablecer la posición de la casa Leopardi. Al marido lo redujo a la congrua porción; obtuvo que le quitaran el libre manejo de sus bienes y ella asumió la dirección de todo y todo lo manejaba con máximo rigor. En una carta de Paolina a su amiga Mariana Brighenti, le dice: "No sé cómo pudo pasar, pero muy pronto a mi papá se le enredaron los pantalones en las faldas de mi mamá y jamás se pudo libertar". La Condesa Adelaida resolvió conservar la fachada de la familia Leopardi y en apariencia nada se alteró; ni los cuatro eclesiásticos profesores, ni los dos cocheros, ni el servicio numeroso, ni la posición social. Pero dentro de la casa reinaba una avaricia, una intransigencia feroz en materia de gastos, que redujo a la familia a constantes y crueles privaciones.

No había allí calefacción. Al pobre Giacomo se le vistió casi desde niño con una ridícula sotana semi-religiosa, porque era lo más barato. Él y su hermano Carlos confesaban que hasta los veinte años jamás habían tenido un centavo siquiera de que pudiesen disponer a su antojo y carecían de toda libertad. En ese hogar, severo y sombrío, nunca hubo para los niños calor humano, jamás una caricia, nunca placeres que pudieran costar algo, ni alegre ambiente. Leopardi dejó una página escalofriante sobre lo que era la Condesa Adelaida, su madre. Sin nombrarla, la describe: "He conocido una señora para quien toda ternura era contraria a lo que debe ser la educación; no pensaba sino en el más allá y al más allá sacrificaba todo lo del más acá. Si se moría un niño era obligatorio alegrarse, porque de esta manera se libraba de los azares de la existencia y se iba derecho al cielo”.

Durísima fue la lucha de Leopardi por salir del asfixiante medio familiar, por conocer otros ambientes, otras cosas y sobre todo a sus amigos, a sus egregios amigos de Milán, de Florencia, de Roma. No pudo lograrlo sino tras cuatro años de esfuerzos. Su padre, que gozaba de muchas influencias, lo mantenía arraigado en Recanati. Por ahí en 1820 logró Leopardi tenerlo todo listo para la fuga, pero a última hora lo descubrió su padre y la casa, que era ya un convento, se convirtió en cárcel. Apelaba el Conde Monaldo a todos los recursos para cortarle las alas; se valía de la censura, que era celosísima, para impedirle publicar sus versos y obtener el indispensable pasaporte. Al fin, en noviembre de 1822, cuando ya pasaba de los veinticuatro años, pudo el poeta salir por primera vez de su pueblo y viajar a la Roma papal.

Además envenenó terriblemente su infancia y su juventud la crueldad infantil, que suele ser tan impiadosa. Del pobre Leopardi se burlaban los niños inicuamente. Poco a poco, con el pasar doce o quince horas diarias estudiando sobre un escritorio, en un medio inclemente, le fueron saliendo dos jorobas y entonces no podía salir a la calle porque perversos niños lo perseguían gritándole: "¡El jorobado!, ¡el jorobado!". Eso, a un ser de la inverosímil sensibilidad de Leopardi, causaba pena sin límites. Acabó por encerrarse. Encerrarse físicamente para evitar esos encuentros; encerrarse espiritualmente para no tener que conversar ni con su padre ni con su madre. Y, al mismo tiempo, hervían en su cerebro y en su corazón emociones, sentimientos, ideas, anhelos,amores...

El amor predominó en toda la vida de Leopardi; no concebía la existencia sin él. Pero en Leopardi era el más platónico que haya podido imaginarse; platónico con un agravante: que además era apasionada y sensibilísimamente humano. No era una idea abstracta como solía ser en el Dante con su Beatriz, o en Petrarca con su Laura. No. Leopardi se enamoraba loca y concretamente de las creaciones de su imaginación.

Le interesaban mucho las muchachas de origen humilde con que ocasionalmente se encontraba; las seguía con la vista y las convertía en objeto de sus sueños. «Después de verlas pasar —dice—, me ponía a pensar en lo que nos diríamos si estuviésemos juntos; pero si encontraba a alguna de ellas, no nos saludábamos y yo, amargado, me decía luego: "Pero qué tonto eres; ella no piensa en ti sino en otras cosas y, además, francamente, a ti no te importa mucho. Mira que no has cambiado con ella nunca ni una palabra"». 


OBRA DE LEOPARDI


Los escritos de Leopardi se caracterizan por un pesimismo profundo y sin lenitivos: es una voz que grita el desamparo del ser humano y la crueldad de una natura naturans implacable, que le azuza desde su propio nacimiento hasta más allá de la muerte. En este valle de lágrimas, Leopardi se aferra, a pesar de todo, a tres consuelos: el culto de los héroes y de un pasado glorioso pronto sustituido por el de una edad de oro, que le emparenta con Hölderlin; el recuerdo del juvenil engaño antes de la brutal irrupción de "la verdad" y la evocación de una naturaleza naturata, de un paisaje brumoso y lunar donde al anochecer se escucha siempre perderse o acercarse por un camino la canción melancólica de un carretero.

Leopardi siente un profundo desprecio por los falsos consuelos del pensamiento progresista y por el contrario siente una piedad infinita por el deseo de felicidad que los mueve y la huérfana estirpe humana, que le lleva a la compasión y a la solidaridad.

Asume con dignidad la angustia y la protesta del hombre ante un infinito sordo y amenazador, como aparece en su poema metafísico más famoso, «El infinito», o en otro de sus poemas memorables, «A sí mismo». 




LOS CANTOS 


Casi toda la creación poética de Leopardi se agrupa con el nombre de Canti, dado por el mismo poeta en las ediciones de 1831 y 1835, y que abarca composiciones desde 1818 hasta casi el momento de su muerte. Las primeras, de carácter patriótico y filosófico, no definen por entero su personalidad. A partir de los llamados «primeros idilios» se muestra la nueva tonalidad de la lírica leopardiana: poseía interior, de profunda resonancia sentimental, que parte en cambio de hechos cotidianos, de situaciones vitales reales, a veces de la contemplación de un lugar o de un paisaje (10 que justifica el nombre de idilios), desde el cual se remonta, a través del tiempo o del espacio, para llegar a consideraciones sobre el ser humano y su destino. En la reevocación de lo anhelado, la juventud, la primavera y el amor se funden en un sueño inalcanzable, cuyo contraste con la cruel realidad son causa de la desesperación del poeta. Sólo es dulce dejarse naufragar en la infinitud y en la eternidad imaginadas (L 'infinito) .También es dulce la noche tranquila del día de fiesta; pero a la jornada festiva, que no lo ha sido para el poeta, fugitiva como la vida, sucede la vulgar (La sera del di di festa) .y es grato recordar, aunque el recuerdo sea doloroso (Alla luna). 

La distancia entre los primeros y los nuevos idilios se señala con diferencias formales y sentimentales. A los endecasílabos sueltos constantes sucede ahora la llamada estrofa libre leopardiana, que mezcla en decasílabos y heptasílabos sin esquema previo; ni rimas, ni número de versos, ni orden en la distribución sujetan al poeta. La mujer, que en su pleno sentido pertenece al mundo de la ilusión y del recuerdo, reaparece con el nombre de dos muchachas, Silvia y Merina. 

Sus poemas, recogidos en I Canti (Cantos, 1831) poseen una notable perfección formal, una forma neoclásica y un contenido romántico; en sus comienzos atrajo la atención del público a través de su oda patriótica Agli italiani (1818), pero hoy en día es reconocido, en cambio, por ser el mayor poeta lírico de la Italia del siglo XIX. Sus poemas, recogidos en I Canti (Cantos, 1831) poseen una notable perfección formal, una forma neoclásica y un contenido romántico; en sus comienzos atrajo la atención del público a través de su oda patriótica Agli italiani (1818), pero hoy en día es reconocido, en cambio, por ser el mayor poeta lírico de la Italia del siglo XIX.

Los Cantos tienen tres tramos muy diferenciados. Uno primero más neoclásico, muy influido por los clásicos grecolatinos y Dante y Petrarca; un segundo donde está el Leopardi más puro, más intenso, con los poemas más bellos, y un tercero marcado por el pensamiento y la poesía reflexiva. Esta tercera parte es la que más le interesó a Unamuno, quien tradujo «La retama», la flor del desierto, uno de los poemas más conocidos del poeta italiano. Es así que en su obra Del sentimiento trágico de la vida, Unamuno incluye aquella denominación que hace Leopardi de la naturaleza: «Madre en el parto, en el querer madrastra».

La obra se publicó en varias ocasiones y aunque la primera edición corresponde a la decisión y selección del propio Leopardi, la última y quizás más completa estuvo a cargo de su gran amigo Ranieri. Fue publicada en 1845 cuando ya Leopardi había muerto. Constó de la colección de poemas escritos por el poeta entre 1816 y 1836. Está compuesta por 36 cantos y 5 frammenti

Así, con alguna concesión a los sentimientos patrióticos en boga, como el Canto I, titulado A Italia y en el que exalta el glorioso pasado de su tierra, todo el libro se halla presidido por la intimidad dolorida del poeta: la fragilidad de la vida, la nostalgia de la juventud, las ilusiones perdidas o la felicidad como vaga ilusión y la certeza del dolor, todo ello se encuentra en los Cantos. Su estilo es conciso y en él adquiere relevancia el uso de la metáfora, basada en la asociación de imágenes dispares.

Existe en los cantos de Leopardi cierta moralidad en cuanto a la voz lñirica, sin embargo la misma no impide que puede ser interpretada a una voz única, la de ese Yo a medias protagonista y espectador que en ciertos momentos cede la palabra a otros personajes (Simónides, Bruto, Safo, Consalvo, el pastor errante) de los que se distingue, pero que solemos considerar otros tantos alteri ego.      



EL GORRIÓN SOLITARIO


Desde la cima de la antigua torre, 

solitario gorrión, hacia los campos 

cantando vas hasta que muere el día;

y la armonía corre por el valle.

La primavera en torno

brilla en el aire y en el campo exulta, 

tal que al mirarla el alma se enternece. 

Escuchas los balidos, los mugidos;

las otras aves juntas, compitiendo 

dan alegres mil vueltas por el cielo 

libre, y celebran su estación mejor:

tú ajeno y pensativo miras todo;

sin volar, sin amigos,

del juego huyendo y sin cuidar del gozo; 

cantas, y así atraviesas

la flor más bella de tu edad y el tiempo.


¡Oh cuánto se parecen

nuestras costumbres! Risas y solaces, 

dulce familia de la edad temprana,

ni a ti, amor, de los jóvenes hermano, 

suspiro acerbo de provectos días, 

busco, no sé por qué; y es más, de ellos

casi a lo lejos huyo;

casi solo, y extraño

a mi lugar natal,

paso de mi vivir la primavera.

Este día que ahora ya anochece, 

celebrar se acostumbra en nuestra villa. 

Se oye el son de una esquila en el sereno, 

se oyen férreos cañones a lo lejos, 

atronadores de una aldea en otra.

Toda la juventud

con los trajes de fiesta

deja las casas, corre por las calles;

y mira y es mirada, y su alma ríe.

Yo saliendo a los campos

en soledad por tan remota parte, 

todo deleite y juego

para otro tiempo dejo; y al tender

la vista al aire ardiente,

me hiere el sol, que tras lejanos montes 

se disipa al caer, como diciendo

que la dichosa juventud desmaya.


Cuando a la noche llegues, solitario, 

del vivir que los astros te concedan, 

en verdad tu conducta

no llorarás; pues da naturaleza 

todos vuestros anhelos.

A mí, si el detestado

umbral de la vejez

evitar no consigo,

cuando mudos mis ojos a otros pechos, 

ya ellos vacío el mundo, y el mañana 

más tétrico y tedioso que el hoy sea, 

¿qué me parecerá de tal deseo?

¿y qué estos años míos? ¿Qué yo mismo? 

¡Ay, me arrepentiré, y frecuentemente 

hacia atrás miraré, mas sin consuelo!

 IL PASSERO SOLITARIO

D'in su la vetta della torre antica,
Passero solitario, alla campagna
Cantando vai finchè non more il giorno;
Ed erra l'armonia per questa valle.
Primavera dintorno
Brilla nell'aria, e per li campi esulta,
Sì ch'a mirarla intenerisce il core.
Odi greggi belar, muggire armenti;
Gli altri augelli contenti, a gara insieme
Per lo libero ciel fan mille giri,
Pur festeggiando il lor tempo migliore:
Tu pensoso in disparte il tutto miri;
Non compagni, non voli
Non ti cal d'allegria, schivi gli spassi;
Canti, e così trapassi
Dell'anno e di tua vita il più bel fiore.
Oimè, quanto somiglia
Al tuo costume il mio! Sollazzo e riso,
Della novella età dolce famiglia,
E te german di giovinezza, amore,
Sospiro acerbo de' provetti giorni,
Non curo, io non so come; anzi da loro
Quasi fuggo lontano;
Quasi romito, e strano
Al mio loco natio, 
Passo del viver mio la primavera.
Questo giorno ch'omai cede alla sera,
Festeggiar si costuma al nostro borgo.
Odi per lo sereno un suon di squilla,
Odi spesso un tonar di ferree canne,
Che rimbomba lontan di villa in villa.
Tutta vestita a festa
La gioventù del loco
Lascia le case, e per le vie si spande;
E mira ed è mirata, e in cor s'allegra.
Io solitario in questa
Rimota parte alla campagna uscendo,
Ogni diletto e gioco
Indugio in altro tempo: e intanto il guardo
Steso nell'aria aprica
Mi fere il Sol che tra lontani monti,
Dopo il giorno sereno,
Cadendo si dilegua, e par che dica
Che la beata gioventù vien meno.
Tu, solingo augellin, venuto a sera
Del viver che daranno a te le stelle,
Certo del tuo costume
Non ti dorrai; che di natura è frutto
Ogni vostra vaghezza.
A me, se di vecchiezza
La detestata soglia
Evitar non impetro,
Quando muti questi occhi all'altrui core,
E lor fia vóto il mondo, e il dì futuro
Del dì presente più noioso e tetro,
Che parrà di tal voglia?
Che di quest'anni miei? che di me stesso?
Ahi pentirornmi, e spesso,
Ma sconsolato, volgerommi indietro.



ALLA LUNA


O graziosa luna, io mi rammento
Che, or volge l'anno, sovra questo colle
Io venia pien d'angoscia a rimirarti:
E tu pendevi allor su quella selva
Siccome or fai, che tutta la rischiari.
Ma nebuloso e tremulo dal pianto
Che mi sorgea sul ciglio, alle mie luci
Il tuo volto apparia, che travagliosa
Era mia vita: ed è, nè cangia stile
O mia diletta luna. E pur mi giova
La ricordanza, e il noverar l'etate
Del mio dolore. Oh come grato occorre
Nel tempo giovanil, quando ancor lungo
La speme e breve ha la memoria il corso
Il rimembrar delle passate cose,
Ancor che triste, e che l'affanno duri!


A LA LUNA  (Canto XIV)

Oh tú, graciosa luna, bien recuerdo
que sobre esta colina, ahora hace un año,
angustiado venía a contemplarte:
y tú te alzabas sobre aquel boscaje
como ahora, que todo lo iluminas.
Mas trémulo y nublado por el llanto
que asomaba a mis párpados, tu rostro
se ofrecía a mis ojos, pues doliente
era mi vida: y aún lo es, no cambia,
oh mi luna querida. Y aún me alegra
el recordar y el renovar el tiempo
de mi dolor. ¡Oh, qué dichoso es
en la edad juvenil, cuando aún tan larga
es la esperanza y breve la memoria,
el recordar las cosas ya pasadas,
aun tristes, y aunque duren las fatigas!

Versión de Luis Martínez de Merlo




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